Imaginemos las dos siguientes
escenas:
En la primera, estamos reunidos en una
casa un grupo de personas, en confianza; alguien va descalzo y se golpea el dedo más pequeño del pie derecho
con el borde de una puerta. ¿Cómo reaccionamos al observar a la víctima
golpearse el pie? Ponemos cara de dolor y emitimos un “¡chhhh!” o un “¡ouch!”,
quejidos típicos que acompañan la expresión de dolor. Pero, si no nos hemos
golpeado nosotros, ¿Por qué reaccionamos como si ese pequeño accidente doloroso
nos hubiese ocurrido a nosotros?
En la segunda, un grupo de personas está
reunido en una casa cualquiera (puede o no ser la misma casa de la escena
anterior; no viene al caso). Están todos, digamos, sentados o parados en
círculo, o en cualquier disposición que les permita a unos y otros verse las
caras. En un momento dado, una persona, ¡sólo una!, bosteza. Y ese bostezo
solitario enciende una reacción en cadena de bostezos imposible de detener:
todos, absolutamente todos los presentes (a menos que alguno de ellos tenga una
enorme fuerza de voluntad, o haya permanecido con los ojos cerrados) comienzan
a bostezar. Tú, querido lector, seguramente habrás bostezado al menos dos veces
luego de leer estas líneas (¡Espero no te duermas leyendo!)
¿Qué tienen en común estas dos escenas?
¿Por qué en el primer caso, como observadores, hemos reaccionado como si
hubiésemos realmente “sentido” el golpe? ¿Y por qué, en el segundo caso, todos
se han puesto a bostezar? La respuesta yace en las neuronas espejo.
El mono, viendo al hombre tomar el objeto, "refleja" en su cerebro la acción observada |
A principios de la década de 1990, un
grupo de investigadores italianos, conformado por Vittorio
Gallese, Giacomo Rizzolatti, Leonardo Fogassi y Luciano Fadiga, descubrió
un grupo de neuronas en el cerebro del mono
macaco que se activaban cuando el primate ejecutaba acciones con un fin
determinado, como por ejemplo tomar un trozo de fruta, pero que también se
activaban cuando el animal observaba a otro sujeto (bien fuese otro mono o un
ser humano) llevar a cabo la misma acción. Los investigadores llamaron neuronas
espejo a este grupo de células, puesto que parecían reflejar, en el cerebro del observador, los actos ejecutados por
otro individuo; es decir, las neuronas se activaban como si la acción la
estuviese ejecutando el propio observador, no sólo cuando realmente la
ejecutaba, de forma que en el cerebro se representaba el acto en sí. A medida
que el fenómeno fue estudiado con más detalle, resultó evidente que la
respuesta de las neuronas espejo implicaba la comprensión
de la finalidad del movimiento, es decir, la comprensión de la
intencionalidad: las neuronas espejo, al activarse, no sólo “reflejan”
visualmente la acción, sino que además llevan implícita la
intencionalidad de la misma, haciéndola evidente al observador. En la actividad de este grupo de células se fundamenta
la llamada personificación de la acción; es decir, la activación de un esquema complejo que involucra, a la vez, al ejecutante, al objeto y a la acción
ejecutada.
Las neuronas espejo explican varias de las características que nos hacen tan socialmente complejos |
Originalmente se describieron neuronas
que reaccionaban sólo ante el movimiento involucrado en la acción (neuronas espejo
motoras, ubicadas en la corteza prefrontal, una parte del cerebro involucrada
en el control de los movimientos), pero posteriormente se describieron neuronas
con patrones de actividad similar al de las neuronas espejo que respondían ante
situaciones distintas, por ejemplo neuronas que se activaban cuando el “agente”
era tocado (neuronas espejo sensoriales, en
la corteza parietal, la región del cerebro involucrada en las sensaciones). Ambos grupos explican, en principio, dos de las grandes
características sociales del humano: la imitación y la empatía. Resultados recientes ahondan cada vez más en la
participación de este grupo de células en el complejo fenómeno de la cognición
social.
(Continúa en la parte II)
Ricardo Cárdenas
@kidentropia