
El libro cuenta la historia de una comunidad que vive dentro de un silo subterráneo gigante, en medio de un ambiente tóxico y arruinado; para poder subsistir y protegerse, esta sociedad está sometida a regulaciones y controles estrictos: escenario claustrofóbico básico que da origen a una tensión dramática permanente, perfectamente equilibrada. Gran parte de su atractivo y de su triunfo surgen del muy bien logrado ritmo narrativo que enriquece la experiencia del lector. Así, en un pasaje clave, somos testigos de la conversación entre dos personajes, y con cada nueva línea de diálogo nos acercamos más y más a la terrible (y maravillosa) confirmación de nuestra sospecha: y saber que el autor nos va llevando de forma impecable hasta el final, ratificando nuestro temor a cada línea, hace la recompensa más impactante.
Wool está habitada por seres que viven, que sienten, que temen; seres que eventualmente empiezan a sospechar que hay algo que no está bien, que la realidad en la cual están inmersos es una especie de montaje; personajes que, a pesar del enormísimo riesgo de lo desconocido se adentran en la exploración de ámbitos inhóspitos, y buscan, sin importar el precio, respuestas a preguntas que tendrán consecuencias profundas, en ocasiones devastadoras, en sus vidas. Una etiqueta cómoda para la novela podría ser la de “distopía post-apocalíptica”: etiqueta adecuada que le calzaría a las mil maravillas, pero que dejaría fuera muchas de las aristas que hacen la historia tan compleja y tan rica en episodios y héroes. Una historia que reafirma que, a pesar de nuestros recelos, a pesar de la incertidumbre fundamental de la existencia, los humanos no podemos resistir el deseo incesante de explorar y encontrar explicación al mundo que nos rodea, incluso en las más adversas condiciones. Un clásico instantáneo de la ciencia-ficción contemporánea.
Ricardo Cárdenas
@kidentropia